jueves, 21 de marzo de 2024

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES

Nº 101 – Marzo de 2024 – Año XV

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral

 

Inscripción gratuita como LECTOR o COLABORADOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
(por favor, revisar correo no deseado)
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

"Colibrí en vuelo"
Mónica Villarreal (2018)

(Acrílico sobre papel, 9" x 12")
 

Sumario:

• Adriano CORRALES ARIAS (Costa Rica)
• Luis ACEBES (España)
• Adán ECHEVERRÍA (México)
• Washington Daniel GOROSITO PÉREZ (Uruguay - México)
• Miriam Gladys GÓMEZ - Julliette (Argentina)
• Ismael LÓPEZ (España)
• Antonio LAS HERAS (Argentina)
• Moisés CÁRDENAS CHACÓN (Colombia – Argentina)
• Alicia DANESINO (Argentina)
• Víctor Eligio GIMÉNEZ (Argentina)
• Felipe ARGENTI (México)
• Araceli Birmania ARÉVALO CÓRDOVA (Ecuador)

 

 

ADRIANO CORRALES ARIAS


Nació en San Carlos, Costa Rica, en 1958. Narrador, poeta, dramaturgo, ensayista, colabora con varias publicaciones costarricenses y de otros países latinoamericanos. Es además profesor e investigador. En ocasiones firma como Adriano de San Martín.

Más sobre su trayectoria literaria y obras en los números 55, 65, 75, 79, 83 y 95 del Suplemento de Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

 

hachaencendida@gmail.com

 

 

Dos textos del libro KABANGA

Adriano de San Martín ©

 

27.

Solares ha sido mi vida. Amplio patio baldío con árbol de aguacate al centro, o mango, o manzana de agua, tal vez toronja. Ropa tendida cual papalotes en la memoria. O sembradíos de café y matas de plátano, arboledas de poró, guaba, un poco de yuca, tiquizque y malanga, lo suficiente para la olla de carne compartida.

El trepar y serpear enredando el aire de la chayotera, o el sutil arrastre de los bejucos del ayote. Guayabales. La delgada línea del pejibaye. Naranjos. Trojas. Naranjales. Carretadas de leña. Cañaverales. Granjeros. Peones. Lecherías. Pastizales.

El viento los hamaquea mientras continúa el viaje. Picada abriendo cuadrantes de enemiga selva. Carrilando. Víboras. Caza. Ojo de agua. Manantiales. Río embravecido. Cabeza de agua. Cortina líquida en la zambullida del instante. Playas blancas en la turgencia de un talle...

Solares lluviosos y soleados, o de nieve reverdecida. Potreros para la mejenga de aguadulce a cachito de luna en los aires para el sesteo de las vacas o el paseo de otros animales. Jardín para el primer beso y el escarceo. Alazán al viento desbocado...

Solares de fuego. Toma de tierras. Alambradas. Fogonazos. Trincheras. Colinas de sangre. Campamentos. Helicópteros y trazadoras. Asaltos con bayoneta calada. Granadas. Largas marchas. Plazas atiborradas. Banderas rojinegras del 79.

Solares de tiempo, frutos de aguardiente en la feria suburbana, máquinas contaminadas, canchas metafísicas en la madrugada de la ausencia con la angustia plantada a un costado, en los marcos desguarnecidos o en las gradas de público camuflado. Bodegas. Púgiles en el cuadrilátero de la humareda. Oficinas oxidadas. Amaneceres. O al atardecer cuando la tiniebla trae los demonios blancos y negros a la mira siempre del espíritu de los ancestros.

Solares. Precarista de solares anochecido.

 

28.

Viajamos en el tren de la ausencia Kabanga. Son muchas las estaciones, pero desconozco la última. A veces el controlador exige los tiquetes, le pregunto a qué hora llegaremos y nunca lo sabe. Paseo por los dispares compartimentos. Por tercera y primera clase. Allí he conocido mujeres bellas y escalofriantes, hermosas y desnutridas, perspicaces y estúpidas, artistas y poetas imbéciles e iluminados por la luz de su propio tranvía...

Cambiamos de tren hartas veces. Y de rumbo. Hubo esperas prolongadas, choques fulmíneos, sangrantes descarrilamientos. Pero siempre regresamos al expreso, o al trencito del círculo, y continuamos con el éxodo. Se suceden los paisajes, las ciudades, las personas, los animales, las páginas... El viento me despeina, la ventanilla nos devuelve un rostro crecientemente amargo y ajeno. Vamos de viaje Kabanga... Mis antepasados, mi infancia, los sueños, son nuestro único equipaje.

 

(Del libro de Adriano de San Martín, Kabanga, 2014)

 

 

 

LUIS ACEBES

(Madrid, España, 1966) Realizó estudios de Derecho y Ciencias de la Información, aunque se dedica profesionalmente al mundo de la creatividad publicitaria y la consultoría creativa de marcas.

Ha publicado los libros de poesía: Música ligera (Ed. Poesía Eres Tú, 2008), Explosiones nucleares en una caja de zapatos (Ed. Vitruvio, 2013), Corte a sección de mi vida con un cuchillo blanco de plástico (Ediciones En Huida, 2015), y Fatiga terrestre (Ediciones En Huida, 2016), así como un libro de relatos autobiográficos, Los días del mundo (Karima Editora, 2015), El don de la enormidad (Trea Editorial, 2019) e Instrucciones para bailar la bamba (Trea Editorial, 2023). Colabora habitualmente con revistas literarias de España y Latinoamérica.

luisacebesnavarro@gmail.com

 

 

LAS CANCIONES DE AMOR

Luis Acebes ©

 

Las canciones de amor trabajan solas

en oficinas prestadas, atentas

al reloj de arena de su época, como

parturientas que llevasen comisión

por cada nacido. Viven apartadas

en hoteles baratos y bloques

con patios que convierten

en academias para silbar. Mis padres

con las suyas. Los tuyos. Los otros.

De alguna forma acabamos aquí

por ellas. Y mira por dónde, en hoteles

igual de baratos, aunque de noche

acerquemos el oído

a sus paredes ligeras

rezando para que nos digan algo:

buenas noches, descansa,

vivir es fácil, los peces

saltan, el algodón está alto.

 

 

AQUELLA TARDE EN EL PALACIO

Luis Acebes ©

 

Aquella tarde en el palacio

del rey presumido que cazaba ciervos

y colgaba sus cabezas en la pared.

El sol le quitó importancia a todo

como esas madres que no intervienen

en las peleas menores de sus hijos.

Creo que eran encinas, sus cabezas

recriminando el ruido

de nuestra bolsa de patatas,

rebajándonos con su silencio

a la categoría de turistas

que recién llegados a Miconos

sólo piensan en hacer pis.

Pero luego, la suma de sol,

palacio y encinas se dibujó

en una libreta de aire

de portada verdosa, llegada

de alguna incierta Antigüedad.

Sólo tuvimos que escribir

el número que sabíamos

de memoria. El profesor

que teníamos encima, el mismo

que veía con mala cara

lo de ponerle ojos de cristal

a ciervos muertos

y usar mesitas Luis XIII

para dejar la bandeja del café,

nos dijo con la cabeza que sí.

 

 

POSIBLE EPITAFIO

Luis Acebes ©

 

Luis Acebes hizo lo que pudo.

Bueno, no siempre. Hubo

muchos días de sofá

creyendo que el techo

acabaría en mapamundi

con naves romanas cargadas

de ánforas de aceite

para las legiones de Asia.

El contador de pasos perdidos

dio tres veces la vuelta.

Una galería de elipses y

espirales adornan

los anexos de su biografía.

Este tipo hizo muy poco,

se conformó con el pan

apalabrado, cortesía del futuro,

que llegaba en cestas cotidiano

y barnizado por la lluvia.

Analicemos sus músculos,

semejante masa no habla de brío

ni del uso de metales en la batalla.

Píndaro no le cantaría

ni con mil monedas en la mano.

Fue un explorador aficionado,

uno más del ministerio. Sus trajes

grises y esas gafas que llevó

los últimos años

hablan de una condición

sombría. Hizo más bien poco.

Jugó a dejarse hacer por la vida.

Fue la plastilina de la luz,

la cuchara

chocando a ciegas

con los bordes

de la taza del silencio

que nunca tocaron sus labios.

 

 

 

ADÁN ECHEVERRÍA

Nació en Mérida (Yucatán), México, el 16/1/1975. Narrador, poeta y ensayista. Integra el Centro Yucateco de Escritores.

Ha ganado varios premios literarios. Ha coordinado y participado en diversos talleres de creación literaria. Colaborador de revistas y suplementos culturales como Abisal (Instituto Quintanarroense de Cultura), Acequias (Universidad Iberoamericana de Torreón), Alforja, Archipiélago, Arena (Excélsior), Blanco Móvil, Cultura Veracruz, El Ángel (Reforma), Eje Central, El Universo del Búho, La Colmena, Fandango, Luna Zeta (Oaxaca), Molino de Letras (Texcoco), Opción, Plan de los Pájaros (Oaxaca), Puntos Suspensivos (Zacatecas), Registro, Salamandra (Universidad Autónoma de Chapingo), sic-Los otros errores, Tabique (Cuernavaca), Textofilia, Tierra Adentro; y las revistas digitales El Otro Mensual (EOM), Ficticia, Letralia (Venezuela), Prometeo Digital, Proyecto Sherezade (Canadá), Realidades y Ficciones (Argentina).

Parte de su obra se encuentra también en diversas antologías.

 

Obras:

• Poesía: El ropero del suicida (2002), Delirios de hombre ave (2003), Xenankó (2005), La sonrisa del insecto (2008), Tremévolo (2009), La confusión creciente de la alcantarilla (2011).

• Libros de cuentos: Fuga de memorias (2006), Compañeros todos (2015). Novelas: Arena (2009), Seremos tumba (2011).

• Antologías: Tiene una compilación de autores yucatecos con Ivi May Dzib en el libro Nuevas voces en el laberinto (2007).

Aparte de su actividad literaria, es biólogo con Maestría en Producción Animal Tropical por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY).

 

Más sobre su trayectoria literaria y obras en los números 64, 74, 77, 79 y 86 del Suplemento de Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

Realidades y Ficciones – Revista Literaria ha publicado artículos de este escritor en sus números 26, 27, 40, 41, 46, 50 y 52 a 56 (ver ÍNDICE DE REVISTAS en http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/).

adanizante@yahoo.com.mx

 

 

PÉNDULO

Adán Echeverría ©

 

El grito de Leticia permanece en la garganta creciendo en espirales sobre el cadáver que cuelga del travesaño. Se ha animado a retirar el cabello del rostro, y al hacerlo, le sobresalta el movimiento estertóreo que aún recorre las piernas, y ese ronquido apenas audible del ahorcado.

El cuerpo pesa. Por más que hace para descolgarlo no lo consigue. A qué correr a la calle y asustar a los vecinos. Él ahí colgado, estático en el tiempo, y ella sentada en el rincón mirando el vaivén del cuerpo que pende de la soga. Y es que era insoportable la búsqueda de abandono a que su esposo se dedicaba.

Leticia intentando escapar de la cotidianeidad recalcitrante y ajena. Los sueños pretéritos de esa historia que juntos decidieron ir construyendo, sepultando el dolor en ambos pechos, las traiciones, quizá nunca consumadas en lo físico, pero si dentro, en el sentimiento, en la memoria, en la mente. Pusieron barreras infranqueables. Las palabras hiriendo los cuerpos hasta adentrarse como saetas envenenadas que ya no tendrían oportunidad de sanar la lepra que habían inoculado.

Todo fue transportado a la rutina de las últimas semanas: un rostro de ira que giraba por la noche dentro de la casa, de una habitación a otra, persiguiéndola. Leticia tratando de sonreír y abandonar la angustia en su hogar, que se paseaba por los rincones y las sábanas. No había sitio para esconderse, no quedaba espacio para la ternura y los recuerdos del noviazgo, todo se había consumido en el fuego de las pequeñas venganzas.

El mirar de ella hacia otros varones que reconocían en su maternidad a una mujer completa, y luego, al llegar la tarde, mientras sirve la cena, caer en el rostro siempre tenso de su esposo, esperando arreglar las cosas, recuperar lo que se ha perdido.

Leticia comenzó a ver a Edgar en casa de una tía, cerca del cementerio. Se las ingenió para estar con él los jueves, durante un año, por las prohibiciones de su padre que a tantos novios le había espantado.

La noche comenzó a mostrar sus frutos en los brazos de este hombre, y el placer creció tanto que decidieron transitar la eternidad con la presencia de un hijo para alimentar la vida. Tuvieron que casarse.

Construyeron un hogar más que cómodo, ante el escándalo de la pobreza del pueblo y sus ejidatarios. ¿Qué importaba más, si no la felicidad completa? Pero cuando el niño cumplió los siete años sucedió que Edgar no pudo asimilar la violenta muerte de su padre en una noche de pelea de gallos, y la tragedia se amarró a su cuello como un grillete de odio, y no quiso soltarle más, en cambio, apretaba, apretaba y el nudo era cada vez más fuerte.

Edgar se hundió en una depresión que lo ponía meditabundo. Nadie del pueblo podía hablarle sin recibir improperios de su parte. Su odio le causó las llagas que ostenta en los puños.

Podía vérsele gatear por el jardín de la casa devorando hormigas venenosas o subir al techo a dispararle a las iguanas que tomaban el sol sobre el muro. Los ojos en blanco se hacían una visión normal para su rostro, no poder controlar el vértigo de la mirada. Y el hablar solo, tan recurrente.

Solía llevar a su hijo al interior del cementerio, entre los dos se encargaban de mantener impecable la tumba del abuelo, la pintaban de colores, siempre adornada con rosas y flores de la región, recogían los recuerdos por medio de fotos, que luego, juntos iban pegando en la pared del cuarto del niño, como armando un rompecabezas a la muerte, una ofrenda a la memoria, con esa entrega vital que Edgar le iba enseñando.

Leticia cuenta que Edgar se pasaba las horas mirándola dormir. En ocasiones cuando ella despertaba para ir al baño, Edgar estaba desnudo en la ventana con la escopeta cargada, al acecho. Muchas veces ella lo cubrió con una colcha para esconderlo del frío amanecer, mientras aquél permanecía acurrucado en un sillón de la terraza con el arma caída a un costado.

Edgar dejó de hablarle a Leticia. La ausencia del abuelo había convertido la casa en un altar, y el insomnio fue tragándose la cordura de este hombre, antes acostumbrado a luchar, ahora solo luchaba contra ella, contra sus salidas a trabajar, sus llegadas tarde.

Se supo que Edgar decidió no separarse más de su hijo, rehuyendo la compañía de la esposa. Hasta se mudó al cuarto del niño, y ella los escuchaba durante las madrugadas hablando de temas intrascendentes: el color de los pájaros, la heladez del agua de los cenotes, de los eclipses que dejan caer la mitad de su luz sobre las hojas de los árboles, del sabor de la sangre de los venados, del olor de la pólvora húmeda durante la cacería, los recuerdos de una infancia que Edgar quería recrear en su hijo.

Leticia comenzó a sentirse sola en medio de su familia, ajena a esta historia que circulaba de los solares a la plaza, de la milpa al atrio de la iglesia. Todos pendientes de Edgar. Todos culpando a Leticia por la cordura de un hombre. Mujer hermosa, de carnes amplias acabó por inundar de celos la cabeza de Edgar, tan trabajador y dedicado, ahora lo miran desaliñado, con los ojos invadidos de tristezas, sumido en la pesadumbre, y ella siempre afuera: sólo Edgar se encarga de Adriancito.

Leticia estaba sola con el recuerdo de aquella piel de su marido que ya no se acostaba en su lecho, que se la pasaba por las mañanas acompañando al niño, y por las noches como un guardián que defendía la fortaleza de su honor. Vigilándola, asustándola, y poniendo a Adriancito en su contra. El niño crecía robando la pasión de sus años.

Aquel anhelo de una vida juntos se quedó escrita en el templo, la noche en que se consagró a Edgar, y ahora esas mismas fibras que tejieron su destino la asfixiaban, tenía que soltarse. ¿Cómo un ritual arcaico puede cambiar los ánimos? ¿Es acaso la muerte social una complicidad del matrimonio?

El cuerpo de su esposo aún se balanceaba. Trepando sobre un banco, Leticia logró cortar la soga y el bulto cayó. Aquella mirada, la boca manando sangre, la tráquea rota, y esa marca alrededor del cuello, amoratándole la piel. Algo decía entre labios: que ella era la culpable de dejar al niño sin padre. Que importaba, si había muerto. A fin de cuentas, sólo ella lo había visto. Si él hubiera querido ver la falta que le hacía en las noches, para abrazarla y sentirse protegida. ¿Porqué la culpaba si él había decidido largarse sin consultarlo con ella?

Conforme los días se agrietaban, el color de la mirada de su esposo fue adquiriendo tonalidades amarillas y rojas, negras de odio, palpitando en su cerebro, sobre los músculos de la cara, pero para el niño la sonrisa de siempre, intacta.

La casa se tapió de infierno con la desesperación de saberse vigilada, insomne a pesar de las pastillas, ignorada.

Edgar jugaba y se divertía con el niño, y cuando Leticia quería acercarse, el juego o la broma terminaban.

Leticia no pudo acostumbrarse a despertar con el sobresalto de ver a su marido en cuclillas sobre la cama, observándola: Soy capaz de cualquier cosa, le decía al oído mientras le tiraba del cabello.

Luego se levantaba y salía a la terraza, escopeta en mano, caminaba por el jardín, se arrodillaba sobre los hormigueros con la mirada perdida entre los helechos, dejaba que los hormigones hicieran una fila sobre su torso desnudo; subía a los techos, y se quedaba fijo, ahí, como una gárgola, dejando a Leticia con la garganta comprimida por el miedo.

Tal vez deba acabar con esta situación, le dijo en muchas ocasiones para rematar alguna riña, y se llevaba al niño, mientras ella se encerraba en el cuarto y el llanto la aventaba sobre las paredes de su prisión.

En la fiesta de cumpleaños de la madre de Leticia, se les vio bailar juntos sin despegar los cuerpos, y todos recordaron aquellos días de enamoramiento.

Leticia nunca estuvo dispuesta a rendirse, había decidido no dejar pasar los ardores de su piel, quería consagrarse de nuevo a su esposo: reconquistarlo. Si pudiera saber cómo lograrlo, si pudiera saber contra quién tenía que luchar. El recuerdo de su suegro, la marejada de celos, la rivalidad del niño.

Durante la fiesta, Edgar tenía la mirada penetrante de siempre para ella, mirada de ojos fijos; que se iba transformando mientras se deslizaba hasta el rostro de su crío.

Dijo que iba a la casa a darse un regaderazo. Abrazó a Adriancito hasta que el niño estalló en risa, y media hora más tarde Leticia lo encontró colgado de un madero.

Sus pies no tocaban el piso, y en la mirada el rencor se veía puro, disecado; colgaba del travesaño de la cocina, meciéndose ante los sueños inconclusos de su esposa; los ojos fijos en el vaivén, como un péndulo que con cada movimiento arranca la amargura del rostro de Leticia y destella en los instantes próximos de la muerte.

Ella siente enormes impulsos de correr atravesando el pueblo hasta perderse en las milpas. Ajena a todo y a todos. Sabe que tardará en acostumbrarse a los silencios que inundarán la casa.

Ahora teme por Adriancito. En los últimos días la mirada del niño se ha vuelto amarilla-roja, negra de odio. Quizá también le rehúya y guarde esa manía de ir al cementerio a visitar la tumba de su padre y platicar con él, como Edgar lo hacía con el abuelo. Acostumbrado a su trato con la muerte, la vida podría significar solo una lamentación, una sala de espera.

Tiene que evitarlo, por eso nadie debe encontrar el cadáver. Arrastra el cuerpo hasta el baño; lo desnuda pensando en qué lugar su esposo ha guardado los serruchos.

 

 

 

WASHINGTON DANIEL GOROSITO PÉREZ

(Montevideo, República Oriental del Uruguay, 24/6/1961) Radicado en Irapuato, México, desde 1991. Naturalizado mexicano desde el 18/11/1999. Carrera de Periodismo aplicado a los Medios de Comunicación Social (Uruguay). En México obtuvo los títulos de licenciado en Sociología de la Educación, maestría en Ciencias con Especialidad en Sociología Educativa y doctor en Ciencias con Especialidad en Pedagogía.

Poeta, narrador, ensayista. Catedrático universitario, periodista, conferencista e investigador.

Ha sido galardonado con premios de periodismo, ensayo, cuento y poesía en Uruguay, México, Brasil, Argentina, España, Estados Unidos, Alemania y Francia. Ha integrado unas treinta antologías literarias en Uruguay, México, Argentina, España, Italia y Estados Unidos.

Ha publicado en diversos medios literarios de Brasil, Ecuador, Suiza, Italia, Holanda, México, Argentina, Uruguay, Colombia, Estados Unidos, Chile, Cuba, España, Rusia, Israel y Paraguay, tanto poesía, haikus, poemínimos como microcuentos.

Más sobre su trayectoria literaria y obras en los números 74, 79, 90 y 95 del Suplemento de Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

 

wd_gorosito@yahoo.com.mx

 

 

BORGES EN BAIRES *

Washington Daniel Gorosito Pérez ©

 

El fantasma de Borges

está presente en la ciudad.

Hay veces que parece surge

de la niebla que sube del riachuelo

y navega entre los laberintos urbanos

rodeado de náufragos del asfalto

salvados en sus obras.

Se le vio

en su amada plaza San Martín,

entre árboles gigantescos.

Camina, firme el paso

elegantemente apoyado

en su bastón chino de Bambú

regalo de Kodama

del Chinatown de New York City,

que resultará, inspirador de un poema.

Tomas rumbo al Tortoni **,

allí tu mesa te espera

y un café caliente, humeante y amargo

paladeas la vida.

Con tu paleta de letras

pintaste la ciudad de poesía

entre soles y lunas del Sur.

Mientras, alguien silva un tango,

residuos de nostalgia

que cicatriza el tiempo.

Terminarás hoy en tu calle

en la librería Borges 1975,

el anunciado paraíso de papel.

Las calles de la ciudad son tu entraña.

Fervor de Buenos Aires.

 

* Baires: apodo de Buenos Aires capital de la República Argentina.

** Café Tortoni: icónico café de la ciudad, fundado en 1858, Borges era habitué.

 

 

LABERINTO BORGES

Washington Daniel Gorosito Pérez

 

El hombre que camina Buenos Aires

y se demora…

El tiempo, la historia, el mito.

Destino cierto o incierto.

Mientras el entorno se derrumba

sus palabras limpias

diseccionando la realidad.

Pasos amargos,

muchedumbre entristecida.

Llanto en el papel,

ojos exhaustos,

libros desolados, huérfanos.

El cielo celeste y blanco

con un Inti que hoy no

calienta ni en el cenit.

Se escuchan tangos “llorones”.

El laberinto,

es el origen y el fin.

El laberinto Borges

nace en una biblioteca

y ahí termina.

Ese es su paraíso.

 

 

 

MIRIAM GLADYS GÓMEZ

Nacida en Buenos Aires, Argentina, en 1964, utiliza el seudónimo Julliette. Reside en Lanús Oeste (Provincia de Buenos Aires), Argentina.

Publicó conjuntamente con Andrea Recupero el libro de poesía La hora del verdugo en 1993.

Fue seleccionada para varias antologías poéticasGalardonada con el primer premio por el poema “Hilos”. Galardonada con el Primer Premio en Poesía en SADE-Junín.

Textos de su autoría fueron publicados en las revistas literarias Alborismos (Venezuela), Diversidad Literaria (España), Azahar (España) y Extrañas Noches.

Más sobre su trayectoria literaria y obras en los números 94 y 99 del Suplemento de Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

 

mg54518@gmail.com

 

 

CUANDO AMANEZCA

Miriam Gómez ©

 

El hombre caminó a lo largo del inmenso corredor, las pisadas rechinaban en los muebles, tan antiguos como la tristeza acumulada en su corazón.

Tantas veces había corrido a lo largo del mismo, riendo de pequeño, a veces enojado de muchacho, los espejos lo reflejaban como era entonces, pero entonces no era ahora, ahora su cabello estaba platinado y su figura caminaba con lentitud.

Pasos ahogados en la noche, que no esperaba para amanecer.

Miró desde la puerta de la habitación a ese cuerpo inmóvil, deforme, hacía tiempo que él se había convertido en su otra mitad, en su brazo, en su pierna, la miró con ternura, aunque en el fondo de sus ojos se dibujaba la verdad.

Ella fue la más hermosa del mundo, era sin exagerar una muñeca de carne y hueso, él se enamoró de ella, apenas la vio.

Después de un corto noviazgo se casaron, él solía mirarla con asombro cada mañana al despertar, asombro de encontrarla a su lado en la cama, la miraba por horas antes de que ella despertara, y casi siempre su amanecer estaba acurrucado en la mirada de ese hombre agradecido de tenerla, embrujado por su ternura y belleza.

Se acercó, tomó su mano, ella dormía aún, observó su monstruosidad, la de ella y la propia.

Largos sufrimientos lo habían desequilibrado.

Extendió el brazo, pero estaba demasiado agotado y lo dejó caer justo antes de llegar a su rostro, a esa mueca furibunda que había sido su religión.

La atmósfera tenía una pesadez insoportable, sus ojos parecían sin pupilas y se entreabrieron, los labios intentaron una sonrisa.

El hombre tembló.

Toda la furia contenida por años explotó en esa mirada, en esa sonrisa y entonces supo lo que era inevitable.

Ella no dijo nada.

Un escalofrío cruzó la noche.

Se miraron como la primera vez, solo la resignación y el espanto eran nuevos en sus ojos.

El hombre acarició la cara de la mujer, la tomó entre sus manos, la besó, tomó su cuello, ella no dijo una palabra, él frotó su dedo pulgar sobre la piel rugosa, seca.

Profundamente conmovido por la ruina total de su belleza, apretó su garganta ante la mirada confiada de ella.

Con los brazos extendidos y los ojos desencajados, el hombre notó que la mujer no respiraba. Apartó sus manos temblorosas, las miró, el rostro descansaba plácido, casi con una pequeña sonrisa.

El hombre se puso de pie, caminó hacia el corredor, se miró en el espejo una vez más. Es imposible imaginar el profundo sentimiento de alivio.

Volvió a la habitación, besó la frente de la mujer.

En un intento frustrado intentó levantarla en sus brazos como la primera vez, cuando extasiados de amor cruzaron la puerta, fundidos en un solo silencio.

Ahora, al querer levantar aquel cadáver, sus piernas no le respondieron, quiso acomodar el pie, pero no lo sintió y su brazo izquierdo estaba ausente, una oscura sensación de nada quedaba en la parte izquierda de su cuerpo.

Cayó de rodillas al lado de aquel cuerpo frío, tenso.

Entonces comprendió. “¿Quién podría decir dónde terminaba uno y dónde comenzaba el otro?”

Por la ventana el sol asomaba tímidamente.

Estaba por amanecer.

 

 

 

ISMAEL LÓPEZ

(La Carolina, Jaén, España, 1990) Graduado en Filología Hispánica por la Universidad de Córdoba, institución donde estudió también un máster en español enfocado a la investigación literaria. Es además corrector profesional acreditado por Cálamo & Cran y la Universidad Europea y tiene certificaciones de diversos cursos, como Corrección, estilo y variaciones de la lengua española de la Universitat Autónoma de Barcelona, e Historia de la ética de la Universidad Carlos III de Madrid.

Como poeta ha publicado Las 88 páginas de mi libreta (Amazon, 2018), Érase una vez poesía (Amazon, 2020), Del mito al Eros (Amazon, 2022) y La piedad del leviatán (Olé Libros, 2023). Cultiva una poética palimpséstica, donde amor, literatura e identidad son los temas que vertebran toda su creación.

ismaellopezgalvez90@gmail.com

 

 

SIN NOMBRE

Ismael López ©

Héctor, ahora tú eres mi padre,

mi venerable madre y mi hermano;

tú, mi floreciente esposo.

ILÍADA, VI 390-495

Puedo ser —te lo prometo—

todo aquello que imagines:

el más noble de los troyanos

o un simple cobarde entre los hijos de Príamo.

Puedo ser tu padre,

tu madre

o tu hermano,

como lo fue Héctor para Andrómaca,

o la necesidad que se te caiga de la boca

o la opulencia que se te acoja a la mirada.

Por poder podría amarte

de manera sencilla

y dejar que arda Ilión junto a su estirpe,

doblegar, a tus pies venerables, el bronce

y el alto penacho de crines de caballo,

renegar de la gloria

y quedarme tras los muros,

lejos de la batalla,

solo para que no te trague la tierra.

Desea, amor mío, y seré tu deseo,

aunque nunca nadie hable de mi linaje,

aunque se pierda por siempre mi nombre

con la última vez que me nombres.

 

 

 

ANTONIO LAS HERAS

Nació en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina, el 12 de julio de 1952. Es doctor en Psicología Social y magíster en Psicoanálisis. Se ha especializado en Psicología Junguiana, Filosofía y Parapsicología. Es profesor asociado de la Universidad Argentina John F. Kennedy y ha dictado cursos en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Argentina de la Empresa. Es jurado de tesis doctorales y posdoctorales.

Autor de 45 libros de ensayo y uno de poesía titulado Humanidad pura. Entre los títulos de ensayo destacamos Las búsquedas espirituales de Ricardo Güiraldes y otros escritos sobre escritores y escrituras, Psicología Junguiana, Sociedades secretas: Masonería, Templarios, Rosacruces y otras órdenes esotéricas, OVNIS: los documentos secretos de los astronautas, las biografías de Pancho Sierra y de la Madre María y, recientemente, Belgrano y la Masonería.

Fue secretario general de la Sociedad Argentina de Escritores (1998/2001) y actualmente preside la Comisión del Libro de Filosofía, Historia y Ciencias Sociales de dicha entidad.

Obtuvo varios premios literarios.

Más sobre su trayectoria literaria y obras en los números 45 y 57 de Realidades y Ficciones – Revista Literaria: https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/

 

alasheras@hotmail.com

 

 

SENDEROS INESPERADOS…

Antonio Las Heras ©

 

Tal vez, sean estos años,

transcurridos sin descanso alguno

para la mente,

ni tiempo desperdiciado

haciendo que el espíritu

se acreciente luminoso, cada día,

en este amplio campo

inesperado, silvestre y verde.

 

Allí están,

acumulados, esos resultados

del vasto andar por los caminos

dónde la vida nos ha llevado.

 

Algo tan extraño y singular que,

aquí estamos,

serenos y expectantes,

conversando, mano a mano,

con la muerte.

 

 

 

MOISÉS CÁRDENAS CHACÓN

Actualmente radicado en Córdoba (Argentina), Moisés Roberto Cárdenas Chacón nació en San Cristóbal (Estado Táchira), Venezuela, el 27 de julio de 1981. Poeta, narrador, profesor y licenciado en educación, mención castellano y literatura. Egresado de la ULA-Táchira. Ha publicado en antologías de Venezuela, Argentina, España, Italia y Estados Unidos.

Entre sus obras encontramos: Relatos de cualquier tipo (narrativa, Editorial Solaris de Uruguay, 2022); En el jardín de tu cuerpo (poemario, Sultana del Lago Editores, Venezuela, 2021); Los ojos de un exilio (novela de género testimonial, Editorial Avant, Barcelona, España, 2020); Obra poética y narrativa (publicación digital, Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, volumen 208, BAT. San Cristóbal, Táchira, Venezuela, 2018); Mis primeros poemas (poemario infantil, Ediciones Ecoval, Córdoba, Argentina, año 2015); Poemas a la Intemperie (poemario, Editorial Symbólicus, Córdoba, Argentina, 2013); Duerme Sulam (poemario, Editorial Cecilio Acosta, Museo de Barinas, Venezuela, 2007); El silencio en su propio olvido (poemario, Ministerio de Educación – IPASME, Caracas, Venezuela, 2008).

Ha colaborado con artículos literarios en la revista Digital Incomunidade, Oporto-Portugal. En el Diario Digital Identidad Latina Multimedia de Hartford, Estados Unidos, y desde este número con Realidades y Ficciones – Revista Literaria, de Buenos Aires, Argentina.

Más sobre su trayectoria literaria y obras en el número 56 de Realidades y Ficciones – Revista Literaria.

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2023/12/realidades-y-ficciones-revista.html

viajesideral2@yahoo.com.ar

 

 

Tres obras del libro Poemas a la intemperie (Editorial Symbolicus, Córdoba, Argentina, 2013).

 

FELINO A LA INTEMPERIE

Moisés Cárdenas Chacón ©

 

En el tejado juega un gato negro

con los hilos de la luna.

¿Quizá se le escapó a Edgar Allan Poe?

No lo sé

solo ronronea

y maúlla.

Rasguña los sueños.

¿Quizá seré yo?

 

 

JARDÍN

Moisés Cárdenas Chacón ©

 

Cuando las montañas emergieron de la tierra

las piedras colocaron cimientos fundados.

Las plantas abrieron despacio sus manos

y recorrieron toda la superficie

del astro rey.

El agua brotó y sirvió de alimento.

Los pájaros bebieron

se trazó en el cielo

la línea de la vida.

En la tierra se desprendió

el aroma del jardín podado.

 

 

ALGARROBO

Moisés Cárdenas Chacón ©

 

La noche camina risueña. En la mirada filosofal de un árbol señorial, la alta estrella abre y cierra sus ojos. ¡Oh árbol milenario! Gravita risas, sueños y el principio de la sabiduría. Esta noche ríe el pájaro, el perro sacude su nostalgia; los artesanos acompañan el sahumerio que va transitando el tiempo.

Yo veo al árbol despierto en su noche de luna llena, el zorzal guardó su canto, salió a jugar con la luna y nosotros los transeúntes, escondemos los naipes a los dioses. Esta noche cada quien viajará en la plaza en sus sueños. El viejo sabio algarrobo mañana volverá a abrir sus ojos.

 

 

 

ALICIA DANESINO

Reside en Banfield (Buenos Aires), Argentina). Miembro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y de la Unión Hispanomundial de Escritores (UHE), con distintos premios en Argentina y otros países de habla hispana. Aunque se dice fundamentalmente poeta, también es narradora. Su nombre real es Alicia Haydee Ceglia.

Ha publicado doce títulos en el mercado cultural, entre ellos Labio de sombra, Perfume para la mano izquierda, Palabras para una ausencia, Aventuras de rosales sin pimpollo.

Más sobre su trayectoria literaria y obras en el número 99 del Suplemento de Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

aliciadanesino@gmail.com

 

 

VUELO 806

Alicia Danesino ©

 

Él estaba solo. Hacía diez años, justo hoy, que había quedado viudo. No podía sucederle esto. En Roma, su ciudad preferida, se habían conocido. Ella, cincuenta años, rellenita como Gina Lollobrigida, hermosa igual a Sofía Loren. Hicieron todos los paseos juntos. Congeniaban. Se gustaban. Él tenía ya sesenta y seis. El mes de vacaciones se había cumplido para ella. Debía regresar a Buenos Aires. Abordar el vuelo de las 20 p.m. Él todavía no le había propuesto nada. No se lo perdonaba.

 “No voy a aguantar otra vez solo” pensó.

Todo el pasaje del vuelo 806 de Alitalia, bajó del Boeing por amenaza de bomba.

Se encontraron nuevamente, se miraron y por vez primera los unió un gran abrazo. Muy quedamente le dijo al oído:

—No hay ninguna bomba. El llamado fue mío, no me hubiera perdonado perderte.

 

 

VIAJAR

Alicia Danesino ©

 

En el tobogán turquesa de las olas,

entre la planicie salada del pez rey,

camino, gozo y recuerdo.

Mojada de luz

bajo las noches del Rodeo,

fantaseo y me digo:

estiro la mano y traigo un manojo de estrellas;

 momento

de reencontrar la inocencia perdida.

Viví,

ojos bien abiertos, la belleza de la vida,

los extensos sembrados amarillos,

los nevados arbustos del algodonal,

las bien plantadas hileras de vides

amándose al sol.

Jugué bochas en el Triásico,

pisé los millones de años del Ischigualasto.

Descubrí la sensualidad y el aroma de la selva.

Me bendijo el agua de las Cataratas

y bendije el oro negro de Neuquén.

Pisé la tierra roja que necesitan las camelias

del té y el Ka-a,

allí, descubrí la habilidad de los jesuitas,

hacer las tejas musleras.

Vi las majaditas volviendo del cerro.

Experimenté

la sensación de navegar los dos océanos

en la provincia del fondo del mundo.

 

Admiré esos hielos azulinos,

 esculturas

talladas por el Creador,

y entre témpanos y olas agradecí

haber nacido en esta tierra:

Argentina.

En un viejo tren de trocha angosta

me acurruque junto a la caldera,

vi los pastos quemados por los vientos

y las nieves,

todos arrodillados hacia su Meca,

y a los cardos rusos rodar

por polvorientos caminos.

Conocí el nido de los cóndores

y el oro recamado de las iglesias del Noroeste Argentino.

Me alegré al ver los campos sembrados

que se mecen con la brisa, como miles de olas verdes,

y tener entre mis manos

la negra y perfumada tierra de las papas.

Llevo en mi tercer ojo todos los paisajes,

en mis pies, las huellas de todos los caminos.

Vivir,

recordar experiencias, aventuras,

es de todos los días

y se escribe en dos verbos,

pasado y presente

lo dejo a su criterio, acá va un poema a toda mi ARGENTINA

 

 

POEMA  II

(del libro Oda al mar)

Alicia Danesino ©

 

Desde el mar

guarida del viento,

una brisa pegajosa, salada,

acaricia mis manos,

mi cuerpo,

acarrea palabras,

letras que me penetran,

las gozo,

las sufro.

Por fin las salvo.

Sin saber quien soy

quién es mi sombra…

dentro de mi yo

escribo.

 

 

En el tobogán turquesa de las olas

mi cuerpo reencuentra

la inocencia perdida.

 

 

La noche se asoma tras las ventanas

se sumerge

en el aire del estío

se cuela en la intimidad de los cuartos.

Estrechos pensamientos mudos.

Quietas palabras

en el momento actual

cúspide

de una llovizna que borra el cielo.

No hay concentración.

No hay felicidad.

Cruzaré el infierno

miles de veces

hasta alcanzar el duelo establecido.

Allá lejos, el mar

con su incesante ritmo

siempre recomenzando

corrobora mi decisión.

 

 

 

VÍCTOR ELIGIO GIMÉNEZ

Nacido y residente en la Provincia de Misiones, Argentina. Licenciado en psicología. Narrador y poeta. Autor de los poemarios Existencia (2006) y Profundidades (2012), Editorial Universitaria de la Universidad Nacional de Misiones.

Primer Premio en el Concurso de Poesía “Alberto Szeretter”, SADE - Misiones (SADEM) en el año 2003. Mención de honor en diversos certámenes nacionales literarios. Ha participado en varias publicaciones locales.

Más sobre su trayectoria literaria y obras en los números 76 y 81 del Suplemento de Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

victoreligio63@gmail.com

 

 

CIERTA CLASE DE FARSANTES

Víctor Eligio Giménez ©

 

Se cosen blasones de victorias

en las solapas de sus peroratas

aquellos trujamanes del vacío,

náufragos en las profundidades

y expertos navegantes de arroyuelos.

 

Espulgan sus delirios más gangosos

al amparo de la inocencia ajena

y bregan hábilmente porque suenen

creíbles, convincentes,

hasta la admiración desguarnecida.

 

Son los fabuladores de conquistas,

los más serios farsantes del mercado,

los perfeccionadores de apariencias,

auténticos sabihondos de hojalata.

 

 

PERTENENCIA

Víctor Eligio Giménez ©

 

Por esas calles que tanto he fatigado

no me canso de sentirme un habitante

que al despliegue de su andar va saludando

a sus conciudadanos amigables.

 

En ellas y a ellas pertenezco

de alguna manera simple, inevitable,

y también a esos árboles y vientos,

a esas plazas. El cielo y el paisaje

 

me confieren un espacio de confianza

que nunca he alcanzado en otros lares,

aunque fueran cercanos a esta patria

esencial que es mi ciudad insoslayable.

 

Aquí está mi infancia, mis primeras

ilusiones aquí se han despertado,

mi adolescencia impar y sus quimeras,

mis noches de apertura y sus legados.

 

Porque gasté zapatos caminando

conozco sus esquinas y sus barrios,

sus duendes, sus olores, sus urbanos,

las sombras y sus lunas; y los patios.

 

He andado, claro está, otras ciudades

pero siempre he terminado regresando,

tal vez mañana tenga que marcharme,

¿qué sabemos del último letargo?

 

No fui jamás tan libre como aquí.

Jamás volé tan lejos como desde

esta plataforma que ha sido para mí

identidad, delirio, mar y muelle.

 

Sería un transeúnte menos si faltara,

cuantitativamente irrelevante;

si en cambio yo perdiera mi Posadas

sería una experiencia mutilante.

 

 

AUTONOMÍA

Víctor Eligio Giménez ©

 

No sé cuando fue, yo creí advertirlo,

pero sin embargo me pasó de largo,

cuándo mi hijo dejó atrás su niño…

ojalá que nunca consiga olvidarlo.

 

Ojalá lo preserve leve y aún latente

en alguna esquina del barrio del hombre,

por él mismo. Ser independiente

requiere de pérdidas que no nos deshonren.

 

¿Recordará el tiempo en que fui su padre

de un modo absoluto aunque así no fuera…?

Hoy lo veo eligiendo ser un navegante

de potentes aguas. Yo soñé esta inmensa

 

oportunidad de que se haga artesano

de su historia misma, de su disfonía.

Yo soñé que fuera fruto de sus manos

aunque ahora padezca cierta lejanía.

 

Aunque ya no duerma dentro de mi casa

confío en que algo de aquel mundo mago

sobreviva y si ello igual no alcanzara

acepto y confío en su propio canto.

 

Despliega ese pájaro, confirma sus alas.

Quizás algún día me busque su abrazo.

 

 

 

FELIPE ARGENTI

(Tlalchapa, Guerrero, México, 1956). Reside en la Ciudad de México.

De 1973 a 1975, durante su estancia en la escuela preparatoria, publicó algunos cuentos y narraciones en el diario Novedades de Acapulco.

Tiene algunas publicaciones virtuales de cuento, verso, y canciones de trova experimental, son, chilena, y otras sin género determinado todavía por los entendidos en música, en las que colaboró con el grupo musical La Parvada de la Ciudad de México.

Ha sido promotor y participante en antologías de cuento y verso: Azulejos (2004), Catador de sueños (2005), Amores de agua (2006), Más allá del final (2008) de Editorial Porrúa. Guardián del Alba (2006), Raíces al viento (2007), en Cavi&Rado Editores. Contra viento y marea (2012), Noctambulario (2013), Saudade (2015), Norteado en la ciudad (2015) en Ed. Sierpe.

Obtuvo dos premios en cuento corto, tres en poesía y algunos reconocimientos en Col-Bach de la ciudad de México. Licenciado en Filosofía y Ciencias Políticas.

Más sobre su trayectoria literaria y obras en los números 90 y 98 del Suplemento de Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

martinezsalazarh@yahoo.com.mx

 

 

LA ABUELA

Felipe Argenti ©

En memoria de Mª Del Refugio Ortiz Vera,

–mi abuela– con cariño.

 

—Aquellos eran otros tiempos —exclamó la abuela, dejando escapar un nostálgico suspiro.

Cuando me fui con tu abuelo yo era casi una niña, tenía catorce años, él tendría veintidós, pero ya era un hombre hecho y derecho. Por ese entonces —según me contó tu abuelo—, él andaba huyendo del General carrancista Cipriano Jaimes, jefe de la plaza de Pungarabato, quien, apoyado por la sexta brigada de infantería, de la división de occidente, lo buscaba implacablemente queriendo asesinarlo. La razón era que tu abuelo —quien también por un tiempo trabajó de arriero— en una de sus correrías, mató a Aureliano Jaimes, hermano del General, frente a frente, en una pelea limpia a balazos. El difunto tuvo la culpa, porque cobijado al amparo de su hermano, comandaba una gavilla de salteadores de caminos. Y cierta vez que tu abuelo y dos de sus amigos fueron a Pungarabato a recibir una carga de mercancía —que mandaron de la capital para su hermano menor José María— Aureliano Jaimes y sus rufianes, queriendo apropiársela, les tendieron una emboscada. Pero tu abuelo, que por ese entonces cargaba siempre su cuarenta y cuatro (con la que tenía muy buena puntería), evitó junto con sus amigos que los bandidos les robaran. Se liaron a balazos con la gente de Aureliano, quien tuvo poca suerte, pues luego que cayeron dos salteadores, sus demás hombres pusieron pies en polvorosa, dejando en la estacada a su jefe. Entonces tu abuelo le gritó a Aureliano que rindiera el arma para evitar su inútil muerte, pero este, impulsado por el miedo al verse solo, salió detrás del cascalote —donde se protegía de las descargas— echando bala como loco. Tu abuelo también salió detrás del tronco de cirián que le salvó de la emboscada. Ya viéndose las caras los rivales se dieron de balazos. Aureliano cayó con dos tiros en el pecho y otro en la cabeza, tu abuelo, por su parte, recibió un rozón de máuser en el brazo izquierdo.

La muerte de Aureliano fue el motivo para que el enfurecido General Jaimes —su hermano— persiguiera a tu abuelo como un perro, con numerosa tropa por toda Tierra Caliente, pero no se le hizo acabar con él. Tu abuelo, acorralado y desesperado de andar fugitivo, se enlistó a la primera división del General zapatista Salvador González. Luego con la reforma agraria y el reparto de tierras, lo nombraron agente federal comisionado, y fue entonces que se avecinó en Tlalchapa. Casi luego que llegó se hizo amigo de Nabor Mendoza, “El Coyote”, zapatista de corazón, que por esos años era dueño de esa plaza donde se acantonaban los rebeldes.

Por entonces, según me llegó a contar tu abuelo, los mandos estaban divididos: en Ajuchitlán controlaba la plaza el General Custodio Hernández —zapatista de hueso colorado— auxiliado por Felipe Armenta, General muy valiente nacido en estas tierras. Cutzamala estaba resguardada por los Generales Epigmenio y Genaro Carvajal, dos bravos anticarrancistas. En Tlalchapa —donde llegamos a refugiarnos con tu abuelo— asentaba sus reales —como ya te lo dije— Nabor Mendoza, apodado “El Coyote”, nacido en Cuauhlotitlán, del mismo municipio. En esos años el carrancismo todavía no tenía el control, y la mayor parte de la región estaba dominada por los rebeldes zapatistas, que se oponían al gobierno federal.

Contra de todos ellos luchaba Cipriano Jaimes, quien estableció su tropa en Pungarabato, desde donde salía a atacar a los rebeldes zapatistas de los poblados de la región calentana, como Tlalchapa, Huetamo, Ajuchitlán y algunos otros pueblos pertenecientes al distrito de Mina, pues muchas comunidades y rancherías se habían alzado en contra del gobierno. Pero como los sublevados carecían de recursos para aprovisionarse de víveres y armas, muchos de ellos se convirtieron en gavilleros o salteadores de caminos, por lo que las cuestiones de sangre y las venganzas personales eran lo más común en esa zona. A los rebeldes y a los delincuentes comunes, sin hacer diferencia, la gente los llamaba “Pronunciados”.

Con toda esa oposición zapatista en su contra, Cipriano —que era carrancista— se encontraba siempre en guerra, lo cual dio a tu abuelo la oportunidad de escapar de sus tropas. Pero Cipriano nunca olvidó sus propósitos de venganza.

Cierta vez, en un campamento cercano a Tejupilco, casi nos cae encima la Sexta Brigada, comandada por Cipriano; pero por suerte un buen amigo de tu abuelo —que los topó a media sierra— nos vino a dar aviso un poco antes que llegaran donde estábamos acampando, y pudimos huir. Tuvimos que escapar por estrechas veredas, entre espinas, rocas y serpientes. Yo estaba embarazada de tu tío Jacinto —el mayor de los hombres—, fue solo unos días antes que naciera. Cuando íbamos huyendo, de pronto nos encontramos arrinconados en una encrucijada que daba a un empinado risco, del que tuvieron que bajarme atada con mecates de las axilas. Luego seguimos la huida hacia donde sale el sol, hasta llegar a lo que ahora llaman “La Cueva de Pedro Asencio”, donde según la leyenda el revolucionario aquel se iba a ocultar con su tropa después de cada golpe militar que daba a sus rivales, y donde al parecer dejó un tesoro y armas escondidas; se hablaba de una argolla de oro incrustada en la roca de la cueva, donde amarraba su caballo. Esta argolla aparecía y desaparecía, pues si alguien la veía una vez, ya cuando iba por ella, prevenido con herramientas para arrancarla de la roca ya jamás la encontraba.

Volviendo a lo que antes te decía, esa vez pudimos escapar de puritito milagro. Sin embargo, el choque de la Sexta —comandada por Cipriano— con la gente de tu abuelo no se pudo evitar, y ahí murieron varios hombres de los dos bandos. Desde allí seguimos hacia el sur, por lo que ahora llaman la “Vereda de los Indios”, caminamos siguiendo los arroyos todo un día, hasta que por fin llegamos a Tlalchapa, donde hasta hoy vivimos. En aquel tiempo era un pueblo muy feo, pero a tu abuelo le gustó: pensó que aquí lo dejarían en paz. Era un caserío indígena antiguo, arrinconado entre la sierra y la montaña, en un inmenso valle, ubicado sobre una elevada meseta, un poco antes de la Sierra del Sur.

En Tlalchapa acababan todos los caminos: más allá de sus casas no había nada. Este pueblo, ubicado entre los dominios del imperio Tarasco y el Azteca —según me contó mi profesor, que fue tu abuelo—, era el refugio ideal para los fugitivos de la ley; estaba ubicado un poco más allá de la última frontera del mundo civilizado. Ahí nadie llegaba, ni la ley. Pero esta vez tu abuelo se equivocó de plano, pues la muerte lo vino persiguiendo hasta aquí. Aunque el General aquel ya no lo persiguió, porque “El Coyote” era un enemigo de cuidado y Cipriano nunca se arriesgó más de la cuenta, no sucedió lo mismo con la muerte, que lo vino siguiendo y aquí le dio su último golpe.

Después de que mataron al “Coyote” deshaciendo sus tropas, cuando el carrancismo cobró fuerza en la región, llegó otro coronel a hacerse cargo de la plaza de Tlalchapa. Se llamaba Antonio Hernández, quien al frente de una partida de unos ciento cincuenta efectivos, tomó la plaza sin mucha resistencia. Y a Tlalchapa, la puso bajo el mando del gobierno federal. Para entonces los carrancistas controlaban la mayor parte del país.

El jefe del destacamento federal siempre estimó y respetó a tu abuelo, sabía que era un hombre de honor, que no temía —si fuera necesario— el defender su vida con las armas. Pero en una ocasión lo mandaron llamar de la capital, dejando el mando, con unos cincuenta hombres, a su segundo: un atildado mayorcito del que no recuerdo el nombre, pero eso nada importa, porque a un cobarde se le puede llamar de cualquier modo. Ese mayor fue el que mató a tu abuelo. Lo hizo por dinero y a traición. Quien lo mandó matar fue la mujer más rica del pueblo, una latifundista mal llamada Jesusa Reséndiz. Dicen que le pagó al mayor 50 pesos oro por la vida de tu abuelo. La Jesusa tenía tres motivos para odiarlo: el primero porque, en cierta ocasión, cuando ella mandó colgar a un campesino por no pagar una deuda que tenía con ella por arriendo de tierras, tu abuelo se lo descolgó. Cuando lo estaban ahorcando llegó tu abuelo y a balazos cortó la reata que lo alzaba, haciendo huir a los verdugos. Después, entre admirada y temerosa por la hazaña de tu abuelo, la Jesusa se enamoró de él y trató de alejarlo de mi lado. Más como no le hizo caso a sus malas intenciones, juró que un día lo mataría. Tu abuelo no le dio mucha importancia a aquel asunto y ese fue su error. El otro motivo de la Jesusa fue que tu abuelo ayudó al reparto de tierras de un latifundio suyo, mermando enormemente su riqueza.

Pues bien, el atildado mayorcito aquel que se quedó a cargo, cuando su jefe Antonio Hernández fue llamado a la capital, y sabiendo de la buena puntería y el valor de tu abuelo, le tenía miedo, por eso decidió tenderle una celada. Muy pronto se le presentó la oportunidad para asesinarlo. La mañana de su muerte, tu abuelo se regresó de la siembra, porque se le había roto el yugo de la yunta y vino a casa a llevar otro. De regreso pasó junto al correo, donde despachaba el viejo Esteban, su compadre. A un lado del correo estaban ubicadas la tienda y la casa de Altagracia Reséndiz —hermana de Desusa— donde también estaba acuartelada la partida federal. Dicen las gentes que su compadre Esteban lo entregó; la verdad no se sabe, pero lo cierto es que cuando iba pasando frente al correo, Esteban lo llamó, le dio una carta y una silla para que se sentara a leerla. La espalda de tu abuelo daba al corredor del fondo de la casa, donde se paseaba el mayorcito aquel, esperando la ocasión para matarlo. Y cuando estaba más entretenido leyendo el escrito, le llegó por atrás descargando en su espalda la carga completa de su treinta y dos. Tu desprevenido abuelo recibió seis balazos, pero solo uno era de gravedad, pues le destrozó la vena que va al corazón. Sin embargo, alcanzó a ponerse en pie, y con su cuarenta y cuatro, con la que solo alcanzó a disparar un tiro al hombro del mayor —porque se le trabó la carga— golpeo al cobarde aquél en el rostro, pues después de su traidor ataque, estaba pálido e inmóvil, sin dar crédito a que tu abuelo aún viviera. Porque como una fiera tu abuelo se fue sobre él, haciéndole sangrar la cara a causa de los golpes que le dio con la cacha de su arma. Pero a tu abuelo le faltaron las fuerzas y ahí se derrumbó. La gente se acercó. Y al darse cuenta un amigo, de aquello que pasaba, me fue a avisar. Cuando llegué al lugar de la pelea, el asesino aquel y sus soldados no querían dejarme entrar, sin duda esperaban dar tiempo para que acabara de morirse. Ya dentro estaban dos sobrinas de tu abuelo: Conchita y María Constanza, que después de entrar a la fuerza, porque los soldados no se atrevieron a golpearlas frente a tanta gente, lo arrastraban tratando de llevarlo fuera. Tu abuelo pesaba mucho, siempre fue así de pesado, por eso lo disolvieron. Luego que entré, como una fiera me fui sobre del cobarde aquel que, ensangrentado por los cachazos que alcanzó a darle tu abuelo, se limpiaba la sangre con un trapo. Tu abuelo por su parte se encontraba malherido pero consciente, y aún entre las tres mujeres no podíamos con él. Entonces llegaron dos amigos con una hamaca y contra la voluntad de los soldados entraron y tomaron a tu abuelo llevándolo cargando en la hamaca hasta la casa. Ahí todavía vivo, alcanzó a ver y a despedirse de nuestros hijos, les dio su bendición. De mí se despidió con una sonrisa, diciéndome al final: no pasa nada, mujer, no pasa nada, y se murió sonriendo. Yo pienso que tu abuelo estaba loco, y lo odié porque nunca quiso irse de este maldito pueblo, hasta que lo alcanzó la muerte, su muerte, la única que amó más que a mí. Antes que se muriera el muy ingrato me dijo que no me preocupara, que todo estaría bien. ¿Y cómo iba estar bien si se estaba muriendo? ¡Y yo con cinco hijos y otra en camino, pequeños y sin ningún apoyo! Porque déjame decirte que, a su muerte, el mayor aquel, envalentonado o acorralado por el miedo, se echó a perseguir con su tropa a los hermanos de tu abuelo —tus tíos abuelos—. Y estos no acudieron ni al entierro. Fuimos puras mujeres, pues los hombres huyeron para salvar sus vidas. Luego, cuando mis hijos Pedro, Francisco y Nicolás crecieron, trataron de matarlos aquellos que —de una u otra manera— participaron en la muerte de tu abuelo. Creo que les tenían miedo por anticipado. Por eso los saqué de este pueblo. Los mandé lejos a que fueran a estudiar, para que aprendieran al menos que no se debe morir nada más porque sí, que siempre que se muere y debe morirse por algo y para algo, para que tenga sentido nuestra muerte, no como tu abuelo, que se murió por pura necedad.

Para pagar el estudio de tus tíos trabajé mucho. Me desvelaba cosiendo ropa en una máquina prestada de una amiga, pariente del general Álvarez. Tus tíos no volvieron, ya sabes, hicieron otra vida en otras tierras. Les perdí para siempre pero al menos pude salvar su vida. Sólo quedó tu madre quien, aunque yo no lo quería, se casó con uno de este pueblo: tu padre. Así naciste tú.

Y ahora te vas también. No deberías de irte, aquí está tu raíz, aquí enterramos a tu abuelo, a quien tanto me recuerdas. Te deberías quedar. A ti nadie te persigue, nadie quiere matarte, aquello está olvidado, o al menos así parece. En fin, quizá las balas no sean las únicas que matan, hay otras formas más finas y efectivas para quitar la vida. ¿Qué más puedo decirte? Si ya estás decidido, pues que te vaya bien y no me olvides.

Al Abuelo le compusieron un corrido referido a su muerte, como se acostumbra en aquellas tierras. El corrido es el siguiente:

 

 

CORRIDO DE TELÉMACO SALAZAR AYALA

(Filemón Sierra)

 

En junio del treinta y nueve

el diecinueve pasó;

allá en Tlalchapa guerrero

mataron a un valedor,

Telémaco se llamaba,

Salazar su distinción.

Llegó de tierras lejanas

exhortado, pues mató

a un salteador de caminos

que una tarde lo emboscó,

en el paso de la hormiga

donde con él se enfrentó.

Después de aquella pelea

la cuestión no terminó,

un general carrancista

con su tropa lo buscó,

por toda tierra caliente

queriendo vengar su honor.

Con mi General González

Telémaco se enlistó,

para repartir las tierras

porque Zapata peleó.

afectando a los caciques

de toda aquella región.

Por todas estas cuestiones

no se supo quién mandó,

que le quitara la vida

un mayorcito traidor,

matándolo por la espalda,

de frente no se atrevió.

El día que lo mataron

un amigo lo entregó,

pasaba por el correo

cuando Esteban lo llamó,

para mostrarle una carta

distrayendo su atención.

Escondido a sus espaldas

se preparaba el mayor,

su treinta y dos revisaba

pidiendo ayuda al creador,

porque el miedo le ganaba

malhaya quien lo parió.

Quizá su destino estaba

decidido ya por Dios,

y cuando nadie esperaba

le vació su treinta y dos:

cinco tiros en la espalda

y el otro en el corazón.

Mal herido ya sin fuerza

pero completo el honor,

Tele dándose la vuelta

a cachazos lo enfrentó,

porque su cuarenta y cuatro

esta vez no le ayudó.

El mayor se retorcía

chillando ya de dolor

mientras que Tele caía:

la fuerza se le acabó,

se le escapaba la vida

frente de su matador.

Águilas que desde lejos

vienen su nido a buscar,

ya pueden seguir el vuelo,

aquí no hallarán lugar,

Telémaco ya está muerto

nadie les podrá ayudar.

Ya me voy para otras tierras

no volveré a este lugar,

los gallos que no han cantado

ahora sí pueden cantar,

ya mataron al plaqueado,

Telémaco Salazar.

 

 

 

ARACELI BIRMANIA ARÉVALO CÓRDOVA

Nació en la ciudad de Machala, Ecuador, el 15/5/1978.

Licenciada en artes plásticas y visuales por la Universidad Técnica de Machala, ama escribir, crear. Ha publicado sus poemas en diversas redes sociales.

Más sobre su trayectoria literaria y obras en los números 87 y 92 del Suplemento de Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

 

birmaniarevalo78@gmail.com

 

 

QUIERO

Araceli Birmania Arévalo Córdova ©

 

Después de tantas lágrimas derramadas,

solo espero un día en paz y en tranquilidad,

llegar a lo más profundo de los instantes,

justo ahí donde solo los que aman conocen.

 

Quiero dejarme llevar por el tiempo y para el tiempo,

anhelo estar en tu recuerdo y en la memoria de todos,

deseo que sientas lo que yo… cuando miro al infinito,

y te dejes llevar por ese amor supremo.

 

Sentir esa brisa que te acaricia,

ver el azul de ese hermoso cielo,

regocijarme entre tantas aves hermosas,

escuchar su canto y sentirme viva.

 

Disfrutar el agua fría del río y la majestuosidad del mar,

quiero ser todo y nada en ti,

sentir el vértigo de estar ahí donde se ve insignificante,

y la grandeza está en la pureza del alma.

 

Quiero ser quien camina a tu lado,

aunque no me puedas ver junto a ti,

que me tengas grabada en tu piel y pensamiento,

quiero ser inmortal para ti y por ti mi amor.

 

 

TÚ, MI CORAZÓN.

Araceli Birmania Arévalo Córdova ©

 

Me das la vida en un suspiro,

tus labios recorriendo mi piel,

y al sur dándome un sin fin de emociones,

me muerdo los labios de placer.

 

Te extraño y parece que la vida se me va,

cuando te tengo lejos mi amor,

y quisiera se detenga el tiempo cuándo estás,

esos días quiero sean interminables.

 

Y es que eres tú desde la primera vez,

quien mueve mis antojos,

te quedaste impregnado en mi piel,

y aunque pasen los años sigues siendo tú.

 

Tú, mi corazón eterno… mi amor,

al que juré fidelidad en el altar,

al que amo sin reparo alguno,

y anhelo sea mi compañero de toda la vida.

 

Después de ti no hay nadie,

solo la certeza de quererte siempre a mi lado,

y es que eres tú… mi felicidad,

quien me aleja de la oscuridad.

 

 

 

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 101 – Marzo de 2024 – Año XV

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral
EX-2023-122916689-APN-DNDA#MJ del 17/10/2023, incorporado a RL-2018-52427183-APN-DNDA#MJ, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina


Propietario y director: Héctor Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
zab_he@hotmail.com
http://hector-zabala.blogspot.com/
Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 40:
https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2019/12/realidades-y-ficciones-revista.html
 

Colaboradores

Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
alfana79@hotmail.com
http://noelia-barchuk-literatura.blogspot.com.ar/
Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 88:
https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/12/suplemento-derealidades-y-ficciones-n.html



Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
monvillarreal@hotmail.com
@mon_villarreal
https://www.facebook.com/monvillarreal22
Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:
http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com.ar/2014/06/
 


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“Realidades y Ficciones”
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm